Dogmas de Fe: Entre el Génesis, el Big Bang.
He escuchado teorías que explican el universo desde la física más avanzada. He leído relatos que lo explican desde la fe más profunda.
Y tras años de reflexión, he llegado a una conclusión que no pretende convencer a nadie, pero que para mí es irrefutable: Ambos relatos, el científico y el teológico, se sostienen sobre dogmas.
El Big Bang, por ejemplo, se acepta como origen del universo porque las galaxias se alejan unas de otras.
Se deduce que si se alejan, alguna vez estuvieron juntas. Y si estuvieron juntas, debió existir un punto de densidad infinita que colapsó. Pero nadie lo vio. Nadie lo comprobó.
Se acepta porque encaja en el modelo. Como tantas otras piezas que se colocan a martillazos y luego se celebra que encajen solas.
Del otro lado, la teología afirma que Dios creó el universo, que envió a su hijo para redimir al hombre, y que todo lo que existe tiene un propósito divino.
Tampoco lo he visto. Tampoco lo he comprobado. Pero reconozco que, en su lógica interna, es tan válido como el relato físico.
Ambos sistemas —el científico y el religioso— tienen sus creyentes. Ambos tienen sus textos sagrados.
Ambos tienen sus profetas. Y ambos tienen algo que yo no puedo aceptar sin pruebas: certeza absoluta.
Creo en la evolución porque he visto sus huellas. He leído sus pruebas. He comprobado su lógica.
Pero no puedo decir lo mismo del origen del universo ni de la existencia de Dios. Por eso, mientras no haya evidencia directa, no creeré ni a unos ni a otros.
No por rebeldía. No por arrogancia. Sino por coherencia.
Y en medio de todo esto, he descubierto algo que no admite refutación:
Nunca renunciaré a adquirir conocimiento. Aumentar mi sabiduría día a día es mi camino. Pero también es mi condena. Porque cuanto más sé, más consciente soy de cuanto desconozco.
Pero estos no son los únicos dogmas que se superponen entre física y teología.
Materia Oscura y Dios: ¿Dos nombres para el mismo vacío?
La materia oscura representa aproximadamente el 85% de la masa del universo. No se ve, no se toca, no se mide directamente.
Su existencia se deduce por sus efectos gravitacionales, no por su presencia observable. Es invisible, intangible, pero imprescindible para que el cosmos funcione según los modelos actuales.
Eso, exactamente eso, es lo que durante siglos se ha dicho de Dios.
Este texto no pretende afirmar que Dios existe, ni negar la validez de la física moderna.
Lo que plantea es una observación lógica: si aceptamos la existencia de un ente invisible, indemostrable y necesario para sostener el universo, entonces estamos usando el mismo tipo de razonamiento que históricamente se ha usado para justificar la existencia de Dios.
Por supuesto, la materia oscura no se postula como creadora del universo, sino únicamente como su estabilizadora.
A diferencia del concepto teológico de Dios, no se le atribuye voluntad ni origen.
Sin embargo, ambas cumplen una función estructural: permiten que el sistema se mantenga coherente y operativo.
En ese sentido, comparten el rol de “motor invisible” que hace posible la existencia tal como la conocemos.
Tal vez la ciencia ha reinventado a Dios con otro nombre. Tal vez, sin saberlo, hemos vuelto a colocar lo inexplicable en el centro del sistema.
Y si eso es así… entonces el universo no solo está oscuro. Está lleno de fe disfrazada de cálculo.
LOUIS

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